El jovenzuelo Blas Hurtado y Plaza amaba
caminar por entre las grandes arboledas que circunvalaban las haciendas de
cacao, pero en especial por la que quedaba al lado de la de su hermano Adriano,
y en donde este también tenía mas de cien yeguas andaluzas de excelente trote.
Aquella hacienda contigua era donde vivía María Antonia de Campuzano, quien
desesperada por montar las potrancas en compañía de Blas cada vez que se
encontraba con él.
María Antonia crecía vertiginosamente llenándose de abundante savia ante los ojos siempre encendidos de Blas, y de pronto, un día irreverente, amaneció mujer. Su sexo se escuchó en el silencio de las haciendas, sus pechos despertaron a toda la comarca, y sus carnes olieron a Sacuanjoche.
Blas la bañaba desnuda en las quebradas al atardecer mientras los monos congos la observaban. la cubría de besos y la tendía al sol en las montañas para que se posaran los pájaros en su vientre y revolotearan entre sus muslos. Ella le suplicaba que la hiciera tierra y la surcara. Blas nunca quiso sembrarla, pero la tomaba de las muñecas y la sujetaba con bejucos a los arboles y la hacia volverse loca de deseos hasta que caía casi desmayada mientras gritaba que la amara. Blas le decía que no deseaba dañarla ya que mucho la amaba, que mejor esperaran hasta casarse.
Un día de septiembre, mientras Blas distraído y sin quererlo hacia una cruz con dos ramitas de Madroño, se le plantó enfrente María Antonia montada a caballo, con su larga cabellera suelta al viento, la blusa entreabierta, y la falda recogida hasta la mitad de los muslos.
-- ¡Idiota! Ayer me amarraste otra vez al tronco del Ceibón y tampoco me quisistes! ¡Me voy para siempre de aquí!¡ Viviré con el capitán Asmodeo!
--No hagas, eso María Antonia... dicen por ahí que...
-- ¡Me voy al quinto infierno con Asmodeo! ¡Maldito seas, Blas! ¡Ojalá que te mueras de deseos por el resto de tus días!
Libro LAS SEMILLAS DE LA LUNA. Ricardo Pasos Marciacq. Cuento II. El milagro. Páginas. 38-39.
María Antonia crecía vertiginosamente llenándose de abundante savia ante los ojos siempre encendidos de Blas, y de pronto, un día irreverente, amaneció mujer. Su sexo se escuchó en el silencio de las haciendas, sus pechos despertaron a toda la comarca, y sus carnes olieron a Sacuanjoche.
Blas la bañaba desnuda en las quebradas al atardecer mientras los monos congos la observaban. la cubría de besos y la tendía al sol en las montañas para que se posaran los pájaros en su vientre y revolotearan entre sus muslos. Ella le suplicaba que la hiciera tierra y la surcara. Blas nunca quiso sembrarla, pero la tomaba de las muñecas y la sujetaba con bejucos a los arboles y la hacia volverse loca de deseos hasta que caía casi desmayada mientras gritaba que la amara. Blas le decía que no deseaba dañarla ya que mucho la amaba, que mejor esperaran hasta casarse.
Un día de septiembre, mientras Blas distraído y sin quererlo hacia una cruz con dos ramitas de Madroño, se le plantó enfrente María Antonia montada a caballo, con su larga cabellera suelta al viento, la blusa entreabierta, y la falda recogida hasta la mitad de los muslos.
-- ¡Idiota! Ayer me amarraste otra vez al tronco del Ceibón y tampoco me quisistes! ¡Me voy para siempre de aquí!¡ Viviré con el capitán Asmodeo!
--No hagas, eso María Antonia... dicen por ahí que...
-- ¡Me voy al quinto infierno con Asmodeo! ¡Maldito seas, Blas! ¡Ojalá que te mueras de deseos por el resto de tus días!
Libro LAS SEMILLAS DE LA LUNA. Ricardo Pasos Marciacq. Cuento II. El milagro. Páginas. 38-39.
No hay comentarios:
Publicar un comentario